Leyenda Vallenata
En la leyenda de la Virgen del Rosario, Leyenda Vallenata o Fiesta del Milagro, se conjugan elementos históricos, sociológicos, fantásticos y religiosos que la distinguen como una de las tradiciones más antiguas de Valledupar y de la región.
Fuentes escritas registran los sucesos históricos que inspiraron la leyenda, tales como el documento Constancia y Parte del Alzamiento de los Tupes contra la Ciudad de Valle de Upar, en el cual Sancho de Camargo, Escribano de Gobernación en la Provincia de Santa Marta, en 1582, confirma las declaraciones del gobernador Lope de Orozco en relación con el asalto de los indios Tupes e Itotos a dicha población, ocasionando numerosas muertes y la quema de la Iglesia Mayor y el Santísimo Sacramento.
Posteriormente el cronista Juan de Castellanos, en sus Elegías sobre Invasión de los Tupes a la Ciudad de Valle de Upar, en 1586, y el alférez José Nicolás de la Rosa en su libro Floresta de la Santa Iglesia Catedral de la Ciudad y Provincia de Santa Marta, hacen referencia a las manifestaciones de rebeldía de las tribus de la región.
Según cuenta la leyenda, la hermosa india Francisca casada con el indio Gregorio, ambos de la tribu Tupe y servidores del portugués Antonio de Pereira, fue agredida por la esposa de éste. Ana de la Peña azotó a Francisca por las piernas y le corto los cabellos en presencia de toda la servidumbre. Dada la gravedad de la ofensa, un indiecito Tupe de nombre Antoñuelo escapa y lleva las quejas al Cacique Coroponiaimo, quien organiza la revancha mediante ataque a la población, apoyado por los caciques Coroniaimo y Uniaimo.
Itotos, cariachiles, tupes y chimilas se van al ataque en horas de la noche del 27 de abril, tomando por sorpresa a los habitantes de la población cristiana a orillas del río Guatapurí, proceden a dar muerte a sus moradores y a incendiar las viviendas y el Templo de Santo Domingo. Este se resiste al fuego y en medio de los intentos de los indios por lograr su cometido, surge de entre el humo y las llamas la figura de la Virgen del Rosario, quien con su manto ataja las flechas incendiarias de los agresores evitando la destrucción del templo.
Los nativos huyen despavoridos en busca de refugio hasta llegar a la laguna de Sicarare, cuyas aguas envenenan con barbascos y preparan una emboscada a sus perseguidores. Con la ayuda de los negros esclavos y bajo el mando del capitán Antonio Suárez de Flórez llegan los soldados de la guardia Española y el capuchino catequizador al sitio de la celada, sedientos y cansados se acercan a beber el agua de la laguna, la cual les causa una terrible intoxicación y muerte. Una vez más aparece la imagen de la Virgen, quien con su báculo va tocando uno a uno a los envenenados produciéndose así un milagro.
Los acontecimientos terminan el 30 de abril con la ceremonia de Las Cargas, donde se representa la quema del capuchino catequizador y el episodio de la muerte de los caciques Coroponiaimo y Coroniaimo vencidos por la Guardia Española.
La Cueva de los Siete Caballeros
Francisco Mejía decía que su padre le contaba que viniendo de su finca El Ático, hoy lugar conocido como El Chorro, trató de ocultarse José Encarnación Mejía, papá de Pacho Mejía, de unos individuos que iban a caballo; estos le preguntaron por qué se ocultaba él; le respondió que creía que eran fuerza del gobierno que se encontraban acantonados en la población de El Molino. Es de afirmar que de esta respuesta se infiere que estos señores buscaban el camino que existía en ese entonces para ir a Venezuela.
Los siete caballeros sorprendidos le preguntaron si conocía un lugar oculto donde acampar; éste los llevó a la cabecera del manantial grande, hoy río Mocho, contiguo a su finca de El Ático. Allí fueron encontrados por el cazador Simón Ramírez quien luego le comunicó a sus compañeros Reyes Durán y Reyes Villero, quienes se trasladaron al lugar donde estaban acampados, diciéndoles que no estaban seguros de ese lugar, que ellos conocían una cueva muy cerca donde ellos estarían en mejores condiciones.
Cuando el señor Encarnación Mejía regresó a llevarles provisiones ya no los encontró. Días después un esclavo de nombre Higinio fue en busca de unas reses extraviadas y vigilando los ganados del cura de Valledupar quien era su patrón, vio a lo lejos unos gallinazos que revoloteaban sobre algo. Él pensó que era una res muerta, fue tal su sorpresa que al llegar al lugar encontró un espectáculo horroroso de siete cadáveres humanos y empezaron a correr los rumores que habían sido asesinados los alojados por el señor Mejía en su finca Los Áticos.
Leyenda de La Ceibita
Cuenta la historia que Pedro Nolasco Martínez, famoso acordeonero pasero, padre del gran Samuelito Martínez, tuvo un encuentro a manera de piqueria con el diablo; de la siguiente forma la relata el medico Carlos Horacio González en su libro los últimos juglares.
Al finalizar en El Paso la fiesta anual de San Marcos, el patrono del pueblo, se dice que Pedro Nolasco salió en su burro con la inseparable acordeón, la tarde de 26 de abril hacia La Ceibita y, como de costumbre, animaba su camino con música, cuando de repente esos mismos cantos interpretados con singular destreza por parte del diablo poblaron todo el ambiente con su mágico sonido, iniciándose una lucha en la que iban y venían canciones sin que ninguno se diera por vencido. Pasaron así la tarde, la noche y las primeras horas de un nuevo día. Ante tan misericordiosa situación, Pedro Nolasco interpretó un credo y un padre nuestro y la música de su fantástico adversario se torno débil y lejana, diluyéndose hasta su extensión.
Fatigado física y mentalmente, perdió el conocimiento mientras después sería luego levantado del camino permaneciendo durante cerca de tres días inconsciente. A partir de este hecho se inició el final de su carrera sin par como acordeonero, pues fue perdiendo destreza hasta que le fue imposible volver a interpretar su música, lo cual le genera gran angustia y pesar.
Cortesía Sinic – Colombia Cultural