Chang tiene seis años y siente una enorme curiosidad por abrir una de las gavetas del escritorio de su padre. Son muchas, pero la única que le interesa se encuentra bajo llave. Quiere ver ahí adentro, saber lo que oculta. Incluso imagina un centenar de juguetes en medio de la oscuridad que los vigila, solos y tristes, esperando que sus manos los rescate. Imagina esto porque su padre, meses atrás, de esa misma gaveta, sacó dos soldaditos de plata que les obsequió a él y a su hermano. Les dijo: “Cuídenlos, antes de mí, pertenecieron a su abuelo. Recuerden que el abuelo desapareció, junto con un compañero, durante una peligrosa y extraordinaria expedición en una de las cuevas más antiguas de Zhejiang. Recuerden que los rescatistas, después de varios días buscándolos, sólo encontraron sus pertenencias, ese par de soldaditos y algo más que luego les enseñaré”. Y agregó: “Espero que ustedes también se los obsequien a sus hijos”. Chang −a diferencia de su hermano− lo atesoró como si se tratara de un amuleto. Pero esto no logró dispersar su curiosidad. Todo lo contrario: deseaba ver aquello que aún permanecía oculto. “Quizás ahí adentro estén todos los soldaditos del mundo. Quizás los helicópteros y los tanques de guerra y los camiones que tanto me han prometido”, especuló. Por esa razón, ahora, mientras sus padres y su hermano se encuentran jugando en el jardín, siente que una fuerza extraña lo obliga a abrir la misteriosa gaveta. Todo es sospechoso. Hasta su perro, quien lo mira atento, sigiloso, como si supiera que lo que hace es algo ilícito. Chang sigue intentando. Una, dos, tres veces. “¿Dónde estará?”, se pregunta el pequeño delincuente. “¡Claro!”, dice. E inmediatamente se dirige al lugar donde su padre deja las llaves. “Silencio, silencio”, le advierte a su perro, haciéndole una señal con la mano. Después mira a su alrededor: ni una mosca. Así que toma su objetivo con cautela y regresa rápidamente al estudio. Identifica la llave correcta, la que es. Luego la introduce en la pequeña abertura, despacio, sin hacer un solo ruido. La gaveta se abre. Chang revuelve todas las cosas. Mira a un lado, al otro. Continúa buscando. Algo hace un sonido y de la oscuridad emerge un humo blanco, espeso, que cubre todo el lugar. Zhou empieza a ladrar. Ladra como cuando ve un gato o un fantasma. Entonces sus padres y su hermano corren a ver qué es lo que sucede. Sin embargo, cuando llegan, sólo encuentran un soldadito de plata tirado en el suelo y una de las gavetas abierta como la boca de un dragón.
Cortesía: El Espectador (Colombia)
Magazín Cultural