La Lady

Por alguna licencia eclesiástica llamada destino, siempre he vivido en buenos lugares geográficamente Desde niño en mi casi inexistente pueblito, la casa  estaba dentro de las muy pocas manzanas que componían el caserío, que al llegar la noche y a falta de electricidad no se distinguía del campo que comenzaba 2 cuadras más allá’, cuando dejaban de haber casas y a mi ese campo me parecía la soledad más desolada, el comienzo de la nada, el miedo que se transformaba en lechuzas de mal agüero, en luces malas de almas en pena que nadie sabía a quienes pertenecían. Aun en el pueblo me asustaba la oscuridad y si por casualidad la noche nos sorprendía volviendo a casa apretaba la mano de quien caminara conmigo hasta que llegáramos a la reconfortante luz de la lampara a querosene que rápidamente subía   para poder verme claramente en la mirada de mi gente, cosa que me tranquilizaba. Pero me sentía más que afortunado, no vivía en el campo causa de mis desvelos, sino en el pueblo, sin luces malas ni lechuzas que traían desgracia. Grande satisfacción para mis cortos años, si consideraba la alternativa.

 Al llegar a Buenos Aires ya no le temía al campo, o le temía menos, pero siempre mi alma pueblerina me llevaba a donde hubiera más gente, pensando quizá, que siempre iba a estar acompañado, ese pertenecer a los grandes grupos, a el lugar donde suceden las cosas, donde hay luz hay transparencia. Lo creía, lo creo y puedo decir que no he comprobado lo contrario por lo menos hasta este momento. La vida y Aerolíneas Argentinas me trajeron a este país donde nací, ILEGALMENTE, en Queens, como muchos argentinos que nos preciamos de ello. Pasado el primer tiempo de orfandad patriótica, la vida comenzó a sonreír con sonrisa de Green card, la tan ansiada tarjeta de residencia que me permitía viajar a Argentina y también a Europa y África, pensando equivocadamente que era esa primera vez la única oportunidad que viajaría. Pero aún me faltaba otro viaje: tomar el tren 7, o un taxi, no recuerdo bien, y llegarme definitivamente a la ciudad por antonomasia: Manhattan. No podía creerlo…!!!. ¡¡Cuán lejos estaba el temor al campo de mi infancia, de las lechuzas que silbaban presagios, de la lampara que ahora eran muchas lámparas, brillando permanentemente en lo alto del Chrysler Building, y veía desde mi terraza en las noches de verano, como también el viejo anuncio de Pan Am que ofrecía llevarnos al cielo celestial y aún más lejos con sus azafatas de sonrisa perenne que no deshojaban los vientos, ni los inviernos más gélidos…!! O por lo menos eso nos vendían con un fin de semana en el Caribe, Paris o Marruecos, todo incluido, faltaba más, maracas con sonido estereofónico, baguettes en lo alto de la Torre Infiel, o Camello con o sin joroba, de acuerdo a cómo te apeteciera sentarte. Fueron muy felices esos años en Manhattan, yendo a Broadway tap tap tap tap sufriendo con los jóvenes de Chorus Line, o mirando sobradoramente a este chico Fantasma de la Opera, siendo yo un veterano de la versión televisiva Argentina, varios años antes, pero no con menos éxito también mi inesperado debut en Repertorio Español, en LA FIACA, gran éxito gran, como lo es actualmente, y donde como siempre segundas partes fueron buenas para mi, vuelvo a trabajar. Que cosa…!!!

Como ven, vieron, leen o escucharon, el lugar donde vivía era muy bueno, céntrico, sin estar en medio del ruido total, y casi cómodo. bueno; no muy cómodo. Solamente por su pequeñez, no por otro motivo. Pero como yo pensaba volver «el año próximo» a mi país., pues… no buscaba otra cosa, pero pasaron obras de teatro, transcurrieron trabajos, sucedieron amores y desamores, giras, aplausos, premios y no premios, países, sobrinos nuevos, más viajes, más premios, sobrinitos que no sé cómo llegaban a tan pronto, etc. Y todo eso. Pero más. Así que olvidé’ que iba a viajar definitivamente a Argentina y me puse a la búsqueda de un departamento más cómodo sí. Lo conseguí, no lo que buscaba., exactamente. Solamente mejor. Mi Dios Inmobiliario, San Real State me tomó de la mano, aunque había mucha luz y ya no tenía miedo. y me condujo a un tercer piso de la 54 th. Street  entre Primera y Segunda Avenida. Si; Sutton Place, con todo lo que eso significa, que sorprendentemente, no significaba demasiado para mi. A pesar de que estaba en la misma vereda del antiguo famoso Club El Morroco, donde en tiempos de gloria era lugar obligado de la aristocracia local, europea e internacional, donde por algunas horas convivían gánster, artistas, Sres.  de mucho dinero, Sras. con poco dinero, pero muchos apellidos, y señoritas., sin dinero ni apellidos, pero a quienes una noche las podían hacer obtener ambos, más respetabilidad, que nunca está de más, aunque sea de tercera mano.  Sin olvidar por supuesto Reyes, Reinas, Marajases y Rajases, algunos de ellos testas coronadas, quienes ohh, de pronto y sin previo aviso carecían de la testa donde colocar las coronas. Pienso que siempre es bueno guardar los objetos de valor en alguna caja fuerte. Digo.

Vivir en mi cuadra, al principio era una constante sorpresa, desde los aromas que me llegaban confundidos, entre un restaurant Hindú, y otro Frances, el escuchar las clases de canto que llegan desde el Nehiborhood  Playhouse frente a casa, o el desfile de personalidades que viven en el barrio, desde los hace tiempo desaparecidos Gobernador Mario Cuomo o Patricia Kennedy Lawford, la hermana de. Y muchos otros, muchos. Pero voy a evitar a hacer nombres dentro de lo que pueda.

 Hacía poco que me había mudado Estaba conociendo el barrio. Caminaba mucho entre 57th Street hasta la esquina de las Naciones Unidas. Una de las formas de conocer, era invitando a amistades mías que venían a casa, a cenar en algunos de muchos agradables restaurantes de la vecindad, ya que no soy amo de casa, la verdad, verdad, no lo soy. Como dije, recién había llegado a Sutton Place. Había aún mucho tiempo por delante, tiempo como para no pensar en el tiempo, tiempo del de antes, ese que duraba más, sí., aquel que no tenía fecha de vencimiento. Iba esa tarde todavía otoñal en direccion hacia las Naciones Unidas, del lado donde esta’ el edificio. Ignoro que iba pensando, pero no raro en mí, estaba distraído, cuando apenas por un mínimo de instante una risa discreta me hizo mirar hacia el costado, Apenas vi parte de una cabellera, y un blazer azul. El recuerdo del blazer es simple. Aún tengo uno parecido. al de la Sra. cuya cara no vi. Tampoco recuerdo si oi su voz en ese momento. Seguí caminando como era mi costumbre en ese tiempo, varias veces al día. Llegue’ hasta las Naciones Unidas, donde como de costumbre se confundían los turistas que salían a esa hora y algunos otros que observaban desde afuera. En esa época era mucho más fácil entrar y disfrutar de los hermosos jardines que daban al East River. Recuerdo que volvía por la misma vereda por la que había ido, muy probablemente pensando en nada o quizá preocupado por todo, esto último me suena más factible.  Me detuvo la luz roja al mismo tiempo que a través de la calle también se detenían una Sra. mayor en silla de ruedas empujada por alguien que quizá fuera una enfermera, que no estaba incluida a simple vista en la conversación que mantenían la dama que no caminaba y quien lucía el blazer azul que había visto un rato antes. Esta era una mujer alta, delgada vestida quizá un tanto no demasiado a la moda de ese momento, cosa que decididamente se notaba en su peinado impecable a prueba de viento, o huracanes y en ese no sequé’ tan útil cuando queremos describir a alguien que atrae y no se puede explicar la razón La conversación se veía muy animada y ambas parecían estar en el mejor de los mundos. La Sra. del peinado indestructible tenía con su mano la de la Sra. impedida de caminar.  No cruce la calle, pero ellas si vinieron hacia donde yo estaba. Y pude ver mejor Y la oí, una voz común, pero educada, y la risa amplia sin censura ni disculpa. Evidentemente era del barrio distinguido que tímidamente comenzaba a ser también mío.  No era la última vez que la vería. 
Quizá vivía en otros lugares, pue solían pasar meses sin que la viera nuevamente, cosa que notaba a la distancia cuando nos cruzábaZmos. No recuerdo en esos años haberla visto sola. Y siempre riendo, siempre recién salida de las páginas de Vogue, como anunciando el labial de temporadas anteriores.  Me preguntaba cuál sería su ocupación, sus intereses. Siempre supuse que estaría relacionada con las Artes, pero jamás la vi en alguna nota, nunca vi su foto, ni siquiera con políticos o en algún beneficio.

           Pero nunca caminando sola. Varias veces con niños que parecían más que felices con ella. siempre con gente con aspecto de ser muy importantes el resto de los días, pero hoy no. La única celebridad con quien la vi una vez, y esta vez era el quien, lucia el blazer azul, fue con Walter Cronckite, el desaparecido comentarista famoso por haber anunciado al mundo por TV.  la muerte de John Kennedy. El, con su aspecto bonachón y simpatía, ella con su risa patentada, pasaba el tiempo, cada vez la veía menos. Y cada vez que la veía parecía que caminaba más lenta, a veces apoyada en alguien, alguien que ahora parecía ser quien llevaba la conversación. La sonrisa era siempre la misma. O casi. Y alguna vez hasta no había salido recién de la peluquería…

Si recuerdo la única vez que la vi sola. Era casi invierno, recién había terminado la tarde. Pase por un restaurant bastante elegante. En una mesa estaba ella. Escuchaba atentamente, con la mayor atención con la que se; puede escuchar a alguien de quien depende tu vida, tu hoy. Instintivamente mire’ para ver quien era su acompañante. Nadie. Estaba sola. Tan desnudamente sola que no tenía ni siquiera la sonrisa cubriéndola.

Por alguna razón creía que esa visión tan triste sería la última que tendría de ella. Lamenté mucho verla así. Pasaron unos pocos días. Volvía yo de mi caminata hasta el final de 52nd. y el East River. Faltaba unos metros para llegar a First Avenue, cuando veo a la distancia doblar a una Sra. empujando una silla de ruedas. Era ella, luego de tantos años. La enfermera le hablaba un poco como las mamas que llevan a sus niños en cochecito. Caminé más lentamente para tener más tiempo de verla. Quiero, confío, espero, juro que me vio. Y me sonrió’. Me detuve un poco, y ella pasó. Me di vuelta y vi que su mano izquierda sobresalía, casi colgaba hacia afuera.  Aun no se si buscaba a alguien que se la apretara para no tener miedo.

O me decía adiós.

Mi amiga.

La Lady.

Foto de María-Cristina Fusté