El teatro no es un acto de vanidad.

The Franko

Nueva York no espera. Todo se mueve con prisa: los trenes, la gente, la vida. Y aun así, uno detiene su tiempo para sentarse en una sala oscura, esperando que el telón se abra y el teatro haga su magia.

Pero no siempre pasa. A veces, lo que aparece en escena es una propuesta débil, un personaje sin carne, una historia mal armada. Y entonces, uno se pregunta: ¿valió la pena hacer esta pausa en una ciudad que no se detiene?

No, no es odio. No es ataque. Es crítica.

Y la crítica, cuando nace del respeto y del amor al arte, es necesaria. Porque si una obra se presenta al público, debe estar lista para ser mirada, sentida y también cuestionada.

Es un compromiso con quienes cruzan la ciudad para verlo. Si se quiere reconocimiento, también se debe aceptar el juicio.

Esto no es personal. Es profesional. Es un llamado a cuidar lo que se expone.

Porque el tiempo en Nueva York es oro, y el arte merece ser digno de él.