Si el nombre no le dice nada, no importa. Nunca es tarde para entrar en la órbita de una de las artistas que ha sintonizado con mayor franqueza el sentir de una humanidad (patriarcal, hiperconectada, terriblemente desigual, que oscila entre reafirmar sus tradiciones y romperlas todas) que no evade ni sus dolores ni sus retos.
PJ Harvey, como se le conoce artísticamente, es la voz de los tiempos cambiantes, el canal místico que transmite sobre crecer, vivir y asimilar en los huesos la complejidad dulce y dolorosa de la existencia. Es también la imagen viva y el sonido de un contraste entre épocas y fases creativas, simbolizadas en su caso por la guitarra cruda del rock con el que surgió al final del siglo XX; las capas sutiles y brillantes de instrumentación en cuerdas, vientos y órganos que fue sumando en el camino (haciendo más genuino su sonido); y la música folk que le nace en este siglo XXI, que, en contravía a los tiempos, acompaña con pianos, cuerdas sensibles y percusiones espaciadas como latidos de corazón, embebidas en la añoranza, la reflexión y la melancolía. A Polly Jean Harvey, nacida en el Reino Unido en 1969, la define vivir entre los varios espectros musicales que ha forjado: el roquero desatado, el introspectivo que alcanza lo atmosférico, el sentido dolido, pastoral y profundo que conmueve. Y los mezcla, ella, en distintas medidas, no los abandona; y los unifica con sus entregas vocales, lanzadas y reconocibles. Es una gran virtud que su voz, en su entrega normal y en sus falsetes, siempre encuentre un hogar natural en su nueva música e impacte constantemente, como la primera vez en sus clásicos. En lo que a sus letras respecta, esta talentosa, que, además, tiene dos poemarios publicados, ha tocado lo más introspectivo de la experiencia de ser mujer (emocionante, macabra, en el fantástico To Bring You My Love, 1995), de ser humana, de experimentar espacios y relaciones (en Stories from the City, Stories from the Sea, 2000). Y también de escarbar en las ramificaciones humanas de temas vastos y devastadores, como la Primera Guerra Mundial (en Let England Shake, 2011). Estos dos trabajos discográficos mencionados la hicieron no solo la primera mujer en ganar el Mercury Prize, sino la única en la historia en llevárselo dos veces. A lo largo de décadas de experimentación con música, arte y letras, no hay nadie como ella. Hija de las campiñas de Somerset, Harvey es esa expresión de crudezas y nostalgias desde el dolor, el desahogo, la ternura. Y es impresionante cómo su música ha crecido en complejidad emocional al mismo ritmo que la vida de su audiencia. Por eso, afortunadamente para una humanidad en crisis que no encuentra qué escuchar para vivir en el mundo y en el corazón sin evadirlos, viendo sombras, pero también luces y pasiones, Harvey lanza un nuevo trabajo. Lo hace siete años después de The Hope Six Demolition Project (2016), criticado en su temática social, que investigó casi a manera del periodismo gonzo en varias ciudades del mundo y que lanzó, sin explicaciones, como un performance de arte. Ese trabajo y esa recepción la arrojaron a un estado de agobio, y enfrascada en un ciclo de música, disco, gira repetitivo, se cuestionó si quería seguir. Impulsada y condicionada, además, por el reto propio de jamás repetirse (entendiendo que naturalmente ese reto dificulta crear), Harvey se refugió en la poesía y el trabajo en bandas sonoras. En esas creaciones que la sacaron de hacer música “de ella”, encontró el impulso para volver. Y un consejo del director Steve McQueen también ayudó. Le recomendó romper el ciclo y enfocarse en la música, las palabras y la imagen, es decir, en eso que ama. Y eso hizo. De ese impulso nace este I Inside the Old Year Dying, un trabajo de 12 pistas con el que sana vacíos emocionales desatendidos de millones de personas. El disco sigue la línea sonora que trazó en Let England Shake, capaz de conmover hasta las lágrimas, pero también evoca todos sus sonidos. La temática y las canciones se inspiran en su propio poemario Orlam, publicado en 2022, que escribió en dialecto de Dorset y dotó de traducción al inglés. El viaje sonoro, creado en la escena y en las condiciones que estableció el productor Flood (que graba todo lo que sucede, que pone micrófonos por todas partes), asemeja un despertar luminoso pero atravesado con pies descalzos en piso frío. En estos últimos 30 años, desde su primer LP, Rid of Me, en 1993, y del hit mundial To Bring You My Love, de 1995, su música se ha expandido de maneras insospechadas, pero con la constante marca del cambio, de la madurez y de la confianza en el camino y en sus colaboradores. A la BBC le contó que el paso del tiempo ha sido clave para dejar atrás la rigidez insegura de querer grabar todas sus canciones tal y como las escribió originalmente. Por eso, en sus trabajos más recientes, la artista confiesa haberse abierto a la experimentación. Así, se permite escuchar sugerencias de los demás y ver crecer las ideas que fluyen. En ese sentido, en este nuevo trabajo se abrió la cancha más que nunca a las iniciativas y voces de John Parish y de su productor, Flood. Y en esa dinámica se llevaron todos juntos a crear otra nueva obra de arte de un verdadero ícono británico. Con Parish y Flood, Harvey ha creado siete discos suyos y otros proyectos y bandas sonoras, pero vale anotar que fue con Parish que, en 1988, empezó su camino. Fue él quien la escuchó y le dijo que debía unirse a su banda. A lo largo de los diez discos que ya ha entregado a su nombre, del cambio de siglo, de la mutación de un género a otro y de la exploración de matices humanos en los que aún sigue encontrando nuevas profundidades, PJ Harvey ofrece un ejemplo también: el de una mujer, música, poetisa, artista, que jamás se ha doblegado ante los requerimientos de una industria, las tendencias o las exigencias de un público, y siempre ha puesto por delante la expresión artística. De estas joyas ya no nacen tantas y vale celebrarlas mientras su fuego siga ardiendo.
Cortesía: Alejandro Pérez Echeverry
Revista Semana